LITERATURA MAYA


Los orígenes de la literatura maya, como se ha dicho, pueden trazarse al año 400 antes de la Era Común, y esto se documenta e ilustra ampliamente en el libro 2000 Years of Mayan Literature, del profesor Dennis Tedlock.

Los textos que sobreviven de aquella época fueron pintados, tallados o esculpidos en artefactos de alfarería, en estuco, en piedras, huesos, madera resistente y conchas. Seguramente había también literatura escrita en papel, pero hay pocas evidencias, excepto remanentes desintegrados de libros o de papel que se han encontrado en tumbas del período Clásico, y se deduce que aquellos escritos eran colocados sobre el pecho o al lado de la cabeza de personajes fallecidos. Los libros eran escritos con tintas de colores rojo y negro contenidos en conchas. Las hojas de papel se pegaban y forraban con piel de jaguar o se pintaban de esa manera para así asemejarlos. Esto puede verse en las ilustraciones del libro que provienen de vasos ceremoniales del período Clásico Tardío. Incluso hay un vaso donde se representa a dos escritores hablando y señalando algo, o tal vez escribiendo un libro. Estos han de ser los dioses de la palabra: Jun Batz’ y Jun Chowen.

Los libros que sobreviven a la fecha son cuatro, como alguna vez he mencionado en este espacio, pero casi siempre se habla de tres: los llamados Códices de Dresde, Madrid y París, porque en bibliotecas de aquellos lugares se encuentran después de haber sido sustraídos de territorios mayas. El más antiguo que se conoce es precisamente el cuarto libro, denominado Códice Grolier, porque fue anunciado públicamente por primera vez en el Club Grolier de Nueva York, en 1971. Este libro fue encontrado en una cueva en Chiapas, a principios de la década de 1960, y en su momento fue calificado como una “falsificación moderna de un texto antiguo”, pero se ha demostrado que datos contenidos en el libro no habían sido descifrados en aquella década, como la correlación calendárica de Venus con eventos ocurridos durante el período Clásico. Es más, un análisis de radiocarbono del papel indica que proviene del año 1230, aproximadamente.

Otro libro es el Códice de Dresde, escrito en el siglo XV, pero es copia de copias anteriores que, según otros autores, ubican su origen en el siglo XII. Este libro está dividido en capítulos relacionados a celebraciones de nuevos ciclos astronómicos, como de la luna y los planetas Venus, Marte y Júpiter, así como tabla de eclipses. El calendario de Venus, por ejemplo, tiene, al final, revisiones. Este libro probablemente fue encontrado en la isla de Cozumel, en 1519. El Códice de Madrid es un libro que contiene más información sobre ceremonias de año nuevo y almanaques que indican días propicios para la cacería, siembra, cosechas, etcétera. Este documento fue encontrado en el área de Chancenote, al noreste de Yucatán, y fue confiscado por un misionero que se lo llevó a España en 1618. El otro libro es el Códice de París, que contiene datos históricos y proféticos, así como almanaques y explicación de ceremonias de nuevos ciclos y datos de carácter misceláneo, como escribió el arqueólogo y epigrafista inglés Eric Thompson, en 1960. Los últimos tres códices mencionados, conforme a los estudios de Tedlock, combinan diseños y escritura del yucateco y chol, y que al igual que la escritura de Chichén Itzá contienen, en proporción, más signos silábicos que la escritura chol de otras ciudades del sur de Yucatán

Parte de las historias que se cuentan en lo escrito indican que fueron eventos ocurridos de noche y relacionadas a la vía láctea, de esa cuenta se identifica a una diosa denominada Cormorán también llamada “Dama del Cielo”, cuya versión humana heredó el señorío Baqja’, “garza”, y lo trasladó a sus hijos. Su nombre era Saq Q’uq’, “Quetzal Blanco”, la segunda mujer gobernante de aquel lugar. En el interior del templo de la cruz una de las inscripciones indica que el poder fue trasladado a un menor y, que de acuerdo a lo escrito, es designado heredero del señorío Baqja’. Los eventos que se relatan en aquellas inscripciones están asociadas a cuentas calendáricas.

En otro capítulo se trata el tema de Yaxchilán, que conforme a ese estudio significa “primer vocero”, y aquí debe acotarse que chilam en yucateco significa “intérprete” o “profeta”. El nombre Yaxchilán fue dado al lugar por maya-lacandones, quienes hacían peregrinaciones a aquel centro que debió ser ceremonial, y fue escuchado por un arqueólogo en 1882. En el aspecto literario, los escritores y artistas que esculpieron en piedras y otros materiales dieron más énfasis a lo poético que al discurso narrativo, lo cual no quiere decir que la narrativa carezca de poética. Los escritores de aquel lugar casi siempre trataron de usar signos paralelos, incluso los emblemas para identificar a sus gobernantes casi siempre están en pares. Un ejemplo son los signos jeroglíficos del nombre antiguo de Yaxchilán que fue Pa’x, “quebrar”, Chan, “cielo”, que significaría algo así como “tamboreando en el cielo”. De aquel sitio también se destaca una inscripción jeroglífica dedicada a la señora Ix k’ab’al xooq, que Tedlock traduce al inglés como “Lady Shark Fin”, y aunque Yaxchilán está lejos del mar, se argumenta que cierta clase de tiburones pueden vivir en aguas dulces, como en el río Usumacinta. Ella tiene asociación con la diosa Cormorán de Palenque en el aspecto que esta ejecutó un autosacrificio para asegurar el renacimiento de sus hijos a nivel cosmogónico.

Como esto no es una traducción de aquel libro, pasamos al capítulo dedicado al lugar conocido como Uxte Tun, “tres piedras”, con lo cual volvemos a las tres piedras con las que se empezó a “sembrar” el cielo de estrellas. Me refiero al sitio actualmente conocido como Calakmul cuyos gobernantes alcanzaron esplendor entre los años 546 y 562, pero en 695 sufrieron una derrota que les disminuyó permanentemente el poder. Con relación a su escritura hay un detalle: los vasos ceremoniales que todavía existen están en rojo y negro. Esta manera de pintar y escribir se parece a las páginas de los libros mayas que sobrevivieron la hoguera de los misioneros españoles, y por eso se dice que esos vasos están pintados al estilo de los códices mayas. Aquí hay que agregar que ningún libro de aquellas épocas podría existir a la fecha en buen estado, y lo contenido en las obras de arte en alfarería probablemente son fragmentos de aquellos textos.

Hay un tema que no quiero dejar desapercibido, y es el papel de la mujer maya. En Tokotan, mejor conocido en kaxlan como Palenque, hubo dos mujeres gobernantas, siendo la primera Yol Ixnal, y la segunda, Saq Q’uq’, herederas del linaje baqel, “garza”, que correspondería en k’iche’ a Xbaqiyalo, la madre de los dioses de la palabra.

Esto, por supuesto, a nivel mitológico, porque el mundo como tal no existía aún. Este tema de sucesión dinástica es interesante porque en Calakmul y otros sitios arqueológicos se han encontrado vasos rituales donde se ilustran eventos de esa naturaleza y que parecen ser fragmentos de historias derivadas de documentos antiguos escritos en papel. Otra evidencia de esto es un vaso del Posclásico, proveniente de Nebaj, donde se puede ver el pago de tributos, donde sobresalen textiles y alimentos y una persona que lleva un libro en la mano, llevando las cuentas. El texto de Nebaj es asociado a la narrativa de libros Mixtecos, donde detrás del personaje que recibe a un visitante se encuentra su esposa y, es más, existe un vaso de cerámica conocido como el “vaso del nacimiento”, donde con ilustraciones se representa el nacimiento de una criatura a nivel humano y otra a nivel celestial.

Al nivel humano, mientras una comadrona aprisiona el abdomen de una mujer que va a dar a luz, otra recibe a la criatura. A nivel mitológico esto representa el tiempo cuando el tiempo no existía aún, y por eso se dice que esa escena refleja un mundo que ya no existe.

Volviendo a los textos escritos en papel, tenemos el Códice de Dresde, donde se encuentra el almanaque de la luna con sus 260 días, y para ser precisos, un mes lunar dura en la cuenta maya 29.5306 promedio —esto visto en un tiempo cuando no existía telescopio ni calculadora—. El punto que quiero mencionar es el “signo de los tiempos”, como se expresa en el capítulo 15 del libro citado. Ocurre entonces que conforme al Códice de Dresde, en sus primeras 15 páginas, está dedicado al calendario de la diosa Luna o diosa Luz de Luna. En siguientes páginas se describe su encuentro con otros astros y se representan de manera simbólica en aquel códice. Para comenzar, aparece un personaje sin cabeza y amarrado de los brazos que simboliza a Kabraqan, uno de los vanidosos que fue enterrado vivo por los héroes gemelos, conforme al Popol Wuj. En los encuentros con otros astros, la diosa Luna se “enfrenta” con otros dioses que representan los cuatro lados del universo. En cada una de estas escenas ella es el personaje principal y sus contrapartes cambian y ocupan diferentes posiciones en el Cielo. Esto es entonces un evento astronómico no humano; pero la manera en que se representó ha derivado a que otros, féminas y mayas incluidas, con su imaginación febril piensen otra cosa. Lo que la diosa Luz de Luna carga en la espalda son reinicios astronómicos e indican que la luna va delante de los astros ahí identificados, que resultan en augurios. La ubicación de los eventos descritos puede calcularse conforme al mapa celestial en los siglos XIV y XV, en la latitud norte de Yucatán. ¿Cómo sabemos esto? Pregunté una vez al profesor Tedlock, quien me explicó sobre los cómputos basados en calendarios mayas y babilónicos. Tanto fue así que desde East Aurora, una aldea de Búfalo, Nueva York, pudimos ver a Venus desde aquel lugar y como se podía ver al mismo tiempo en Santa Cruz del Quiché.

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